ESTEREOTIPOS

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ESTEREOTIPOS

Aunque  el mono se vista de seda mono se queda , (Esopo, siglo VIII a.C)

Es ineludible el vernos abocados a tener que dar una imagen de nosotros que no resulta invariante y que mimetiza los diferentes modelos que toque representar en cada momento. Así nuestra puesta en escena  en el entorno familiar suele ser bastante  opuesta a la que mostramos en nuestro ambiente laboral, por poner dos entornos bien diferenciados. A estas dos situaciones podríamos ir añadiendo la imagen que ofrecemos con los amigos,  con los usuarios o clientes, con la autoridad, etc. No me parece preocupante esta pérdida de identidad y de lo genuino en los casos puntuales en los que la actitud se  sustenta como elemento de supervivencia. No creo que hagan falta muchos ejemplos para entender estas situaciones. Una  de ellas podría ser cuando tenemos que enfrentarnos a la “autoridad” (policías, administrativos de  agencias públicas…), donde solemos tener una actitud sumisa, condescendiente y hasta asustadiza.  Sin embargo, hay otras formas de posicionarnos en la escena pública que van más allá del accidente casual y que intentan comunicar una imagen que está a medio camino de lo propio y lo que se espera de cada uno. Me refiero a las imágenes estereotipadas que no solo habitan el terreno profesional, sino también el mundo de las relaciones más íntimas.  El gran riesgo de asumir la imagen estereotipada es la pérdida de la propia y genuina identidad,  lo cual conlleva peligros severos en nuestra conducta . Sería como el personaje que se come al actor.

El estereotipo  se compone de dos puntos esenciales, el primero es la imagen  y el segundo el lenguaje.  ¿Cómo nos imaginamos al artista? Bohemio, estrafalario, combativos (o no), a la moda, pobre o millonario,  introspectivo en literatura, alocado en la pintura, ceñudo en la escultura, alternativo en el arte digital. ¿Cómo se expresa el artista? Probablemente la mejor forma de expresión sea su propia creación, pero no es únicamente lo que le va a identificar como tal. Cuando exponga quién es y su obra, tendrá que aplicar un lenguaje idóneo para explicar que hace y como lo hace.  Hasta aquí no existe aparentemente ningún problema si se utiliza como un elemento puntual de supervivencia y de nuevo no nos mata el personaje. El artista por ende se convierte en persona publica en cuanto muestre sus obras a los espectadores y es por ello que se convierte en carnaza fácil para ser engullido por el estereotipo. Las características que definen  al artista no son consecuencia de los prototipos que les atribuyen los observadores, sino que corresponden a actitudes conscientes,  y me atrevo a decir que también alevosas, fabricadas por la mente del artista. No cabe pues escusa para quién se atribuye una imagen estereotipada.

La reivindicación más importante de nuestra propia imagen sobre la estereotipada es que esta última suele hablar muy poco de nosotros y nos aleja de la verdad. Si como artista se quiere expresar algo, probablemente la traición que supone ser un estereotipo nos introduce en un mundo de incoherencias.

Quizá habrá que asumir con cuidado hasta qué punto queremos aparentar ser algo o sí verdaderamente queremos ser. El precio de ser auténtico suele ser caro  y poco reconocido. Además, la no asunción de los preceptos que marcan cada estamento, sea arte, ciencia o empresa, suponen una afrenta al sistema establecido y por ello tales actitudes deben ser pulidas o eliminadas. Se espera que el estereotipo pertinente vista de manera definitiva al individuo. ¡Alerta!, nadie es una sola cosa, sino una amalgama de capacidades y emociones que visten un todo. Frente al éxito de ser reconocidos públicamente corremos el riesgo de perdernos en el bosque de las vanidades.

Esta reflexión se debe en parte a la tendencia observada en la enseñanza  del mundo del arte y la expresión que van adquiriendo los  aprendices. Es un auténtico adoctrinamiento. El tiempo dirá si era necesario o no.

 

 

 

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